Monday, November 2, 2015

Sobre lo que esperaba ser a los 30s y lo que realmente soy

Al mirar para atrás recuerdo, con una sonrisa que oculta la vergüenza, la manera como en el colegio y los primeros semestres de universidad me imaginaba a los 30s: todo un rockstar. Abriendo el periódico y viendo mi foto (no en las judiciales), con buenos activos y liquidez que me dieran la libertad para hacer con mi tiempo lo que me diera la gana. Rodeado de adulaciones y de aplausos. Imaginaba que la gente repararía en mi mirada y mi pisada dejaría huella. Comparaba mi abstracción con las personas que ya estaban en los 30s, y a todas las veía quedadas, dormidas, poco ambiciosas, los juzgaba pensando que no lo habían dado todo (en términos futbolísticos pechos fríos). Mi juicio se basaba en ese auto convencimiento, en esa seguridad que se acerca más a la idiotez, que solo se tiene en la primera juventud.

Pues bien como profesor de cátedra de la Universidad del Rosario empecé a ver una mirada familiar, una que yo tenía, una que dice “el profe es buena gente, pero yo a esa edad sí la voy a romper”. No los culpo, mi foto no aparece en el periódico (Aunque una vez sí salí en primera página de El Pilón de Valledupar), mi blog es leído por un puñado de personas, el dinero me alcanza pero en contrapartida debo seguir trabajando, y son más los regaños (ahora los llaman observaciones constructivas) que los aplausos. Mi realidad está tan lejos de la abstracción como lo estaba el “Chiguiro” Benítez de Roberto Carlos.

Esta distancia entre lo que soy y lo que esperaba ser, por un par de años me quitó la sonrisa, horas de sueño y empezaron las dudas sobre mí “grandeza”, pero ahora he aprendido a cambiar la visión al punto que ya me burlo, y valoro las ventajas de no ser el número uno), pues me libera del ego, y hago más de lo que me gusta. Acá comparto algunas observaciones:

1- Las personas exitosas sacrifican curiosidad por disciplina. Para ser el mejor hay que tener la mirada fija, seguir un único objetivo, y dedicarle toda la energía, la mayor cantidad de horas posibles a lograr una meta. Muy bien lo dice Umberto Eco “Si quieres ganar tienes que saber una cosa sola y no perder tiempo en sabértelas todas, el placer de la erudición está reservado a los perdedores”. La curiosidad lleva a abrir muchas puertas que generan placer. El placer de conocer de varios temas y de compartir con otros generan felicidad. Recuerdo un discurso de graduación en EE.UU donde el speaker dijo “las personas más interesantes que he conocido son las que tienen 40 años y todavía no saben qué hacer con su vida”. Esas personas no han perdido su curiosidad, un lujo que no se pueden dar los ganadores.

2- Es mejor tener gratitud que expectativa. Lo que habría dado porque alguien me hubiera dicho esto, y me hubiera dado un par de ostias (como dirían en España). A principios de mis 30s tenía un gran empleador, un trabajo interesante y lo mejor, la posibilidad de combinar dinero con tiempo. Podía viajar a cualquier sitio cuando quisiera. Amigos, copas, anécdotas, carcajadas. Pienso en esa época ahora y la recuerdo feliz, pero también recuerdo que hubo momentos de amargura pues mi expectativa era a los 30s ser una persona importante, y en mi trabajo no lo era en la dimensión que lo había imaginado. Cuando la expectativa opacó la gratitud me amargué. Sin duda es mejor sentir agradecimiento que frustración.

3- El ego es el veneno de la felicidad. La gente quiere el reconocimiento, sin ni siquiera haber encontrado su pasión, quieren ser los primeros en la pirámide para recibir el aplauso y el reconocimiento, más que por la satisfacción interna. El ego es normal, nuestros padres nos criaron y nos hicieron sentir por muchos años como únicos y especiales (y lo somos para ellos, no para el resto). El ego de un niño es inmenso, y eso está bien, el problema es que la gente crece y pasan los años y años, y se siguen sintiendo especiales. Si todos son especiales ninguno lo es. Las personas con ego son más conflictivas, tienen delirio de persecución, están pendientes de todos los detalles: cómo las saludan, cómo se refieren a ellos. Tienden a ser sordos ante las críticas e indiferentes cuando no se habla de ellos, pues como bien lo dicen en El Principito “el vanidoso sólo escucha aplausos”. En la medida que pasa el tiempo  y uno se da cuenta que va por la mitad de la pirámide, el ego empieza a disminuir. Se vive con mayor tranquilidad, y se hace la pausa para pensar en verdad qué se quiere hacer, sin que la sociedad lo imponga, buscando más la satisfacción interior, que el de los otros (Bien lo dijo Ayn Rand “Los aplausos son tan superficiales como los abucheos”).

     A mis 36 sigo queriendo ser reconocido, todavía quiero ser un rockstar pero ya no siento frustración con esa idea anterior del éxito.  Ahora disfruto el proceso, elijo el camino y los aplausos solo son una consecuencia, no el objetivo. Ahora soy más libre, más feliz. Con los aplausos o sin ellos el sabor es dulce, tan dulce que ya estoy a muy poco que no quede ni una pisca de amargura. 

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