Al mirar para atrás recuerdo, con una sonrisa que oculta la
vergüenza, la manera como en el colegio y los primeros semestres de universidad
me imaginaba a los 30s: todo un rockstar.
Abriendo el periódico y viendo mi foto (no en las judiciales), con buenos
activos y liquidez que me dieran la libertad para hacer con mi tiempo lo que me
diera la gana. Rodeado de adulaciones y de aplausos. Imaginaba que la gente
repararía en mi mirada y mi pisada dejaría huella. Comparaba mi abstracción con
las personas que ya estaban en los 30s, y a todas las veía quedadas, dormidas,
poco ambiciosas, los juzgaba pensando que no lo habían dado todo (en términos
futbolísticos pechos fríos). Mi juicio se basaba en ese auto convencimiento, en
esa seguridad que se acerca más a la idiotez, que solo se tiene en la primera juventud.
Pues bien como profesor de cátedra de la Universidad del
Rosario empecé a ver una mirada familiar, una que yo tenía, una que dice “el
profe es buena gente, pero yo a esa edad sí la voy a romper”. No los culpo, mi
foto no aparece en el periódico (Aunque una vez sí salí en primera página de El
Pilón de Valledupar), mi blog es leído por un puñado de personas, el dinero me
alcanza pero en contrapartida debo seguir trabajando, y son más los regaños
(ahora los llaman observaciones constructivas) que los aplausos. Mi realidad
está tan lejos de la abstracción como lo estaba el “Chiguiro” Benítez de Roberto
Carlos.
Esta distancia entre lo que soy y lo que esperaba ser, por un
par de años me quitó la sonrisa, horas de sueño y empezaron las dudas sobre mí “grandeza”,
pero ahora he aprendido a cambiar la visión al punto que ya me burlo, y valoro
las ventajas de no ser el número uno), pues me libera del ego, y hago más de lo
que me gusta. Acá comparto algunas observaciones:
1- Las
personas exitosas sacrifican curiosidad por disciplina. Para ser el mejor hay
que tener la mirada fija, seguir un único objetivo, y dedicarle toda la energía,
la mayor cantidad de horas posibles a lograr una meta. Muy bien lo dice Umberto
Eco “Si quieres ganar tienes que saber una cosa sola y no perder tiempo en
sabértelas todas, el placer de la erudición está reservado a los perdedores”. La
curiosidad lleva a abrir muchas puertas que generan placer. El placer de
conocer de varios temas y de compartir con otros generan felicidad. Recuerdo un
discurso de graduación en EE.UU donde el speaker
dijo “las personas más interesantes que he conocido son las que tienen 40 años y
todavía no saben qué hacer con su vida”. Esas personas no han perdido su
curiosidad, un lujo que no se pueden dar los
ganadores.
2- Es
mejor tener gratitud que expectativa. Lo que habría dado porque alguien me
hubiera dicho esto, y me hubiera dado un par de ostias (como dirían en España).
A principios de mis 30s tenía un gran empleador, un trabajo interesante y lo
mejor, la posibilidad de combinar dinero con tiempo. Podía viajar a cualquier sitio
cuando quisiera. Amigos, copas, anécdotas, carcajadas.
Pienso en esa época ahora y la recuerdo feliz, pero también recuerdo que hubo
momentos de amargura pues mi expectativa era a los 30s ser una persona
importante, y en mi trabajo no lo era en la dimensión que lo había imaginado. Cuando
la expectativa opacó la gratitud me amargué. Sin duda es mejor sentir
agradecimiento que frustración.
3- El
ego es el veneno de la felicidad. La gente quiere el reconocimiento, sin ni
siquiera haber encontrado su pasión, quieren ser los primeros en la pirámide para
recibir el aplauso y el reconocimiento, más que por la satisfacción interna. El
ego es normal, nuestros padres nos criaron y nos hicieron sentir por muchos
años como únicos y especiales (y lo somos para ellos, no para el resto). El ego
de un niño es inmenso, y eso está bien, el problema es que la gente crece y
pasan los años y años, y se siguen sintiendo especiales. Si todos son especiales
ninguno lo es. Las personas con ego son más conflictivas, tienen delirio de
persecución, están pendientes de todos los detalles: cómo las saludan, cómo se
refieren a ellos. Tienden a ser sordos ante las críticas e indiferentes cuando
no se habla de ellos, pues como bien lo dicen en El Principito “el vanidoso
sólo escucha aplausos”. En la medida que pasa el tiempo y uno se
da cuenta que va por la mitad de la pirámide, el ego empieza a disminuir. Se
vive con mayor tranquilidad, y se hace la pausa para pensar en verdad qué se
quiere hacer, sin que la sociedad lo imponga, buscando más la satisfacción
interior, que el de los otros (Bien lo dijo Ayn Rand “Los aplausos son tan
superficiales como los abucheos”).
A mis 36 sigo queriendo ser reconocido,
todavía quiero ser un rockstar pero ya no siento frustración con esa idea
anterior del éxito. Ahora disfruto el
proceso, elijo el camino y los aplausos solo son una consecuencia, no el
objetivo. Ahora soy más libre, más feliz. Con los aplausos o sin ellos el sabor
es dulce, tan dulce que ya estoy a muy poco que no quede ni una pisca de amargura.
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ReplyDeleteQué buen blog Santi. Enhorabuena!
ReplyDeleteEsta bueno! Me gusto! Te felicito, por el blog, y las conclusiones!
ReplyDeleteMe gusta!
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