Fernando Vallejo
es un caso interesante de la literatura colombiana. Por lo general los
escritores más talentosos son aquellos que empiezan teniendo poca repercusión
en los medios, pasan varios años en el anonimato, sólo siendo conocidos por un
puñado de personas, pero por la calidad de sus libros, de a poco, estos empiezan
a rotar de mano en mano hasta alcanzar cierta popularidad y reconocimiento, lo
anterior es aplicable en buena medida a escritores como Tomás Gonzalez y Evelio
Rosero. Un caso distinto es el de Fernando Vallejo, conocido por la mayoría por
sus declaraciones mordaces, por sus palabras directas no aptas para patriotas,
ni aguas tibias, antes que por su calidad artística. Las opiniones de Vallejo son
claras y firmes, en el país de la falsa decencia, donde se tolera la hipocresía,
que alguien sea tan directo resalta, y muchas veces de manera negativa. Vallejo
dice lo que siente, sin pensar en que tan ofensivo puede ser, es más disfruta
de la polémica, y que sus palabras generen escándalo. Los timoratos consideran
que Vallejo se pasa de la raya, pero él no tiene raya. En un país lleno de eufemismos,
donde escalan los lagartos, sus palabras llenas de veneno paradójicamente
terminan por oxigenar. Pero por esas declaraciones (en las que dice “político
ladrón es un pleonasmo” o donde no baja de “bellacos hijos de puta” a Santos o/y
Uribe) mucha gente pasa por alto al otro Vallejo. Ese otro, desconocido por
muchos es un investigador e historiador riguroso que va hasta los detalles más
mínimos para reconstruir la Bogotá del siglo XIX, o los viajes de Porfirio Barba
Jacob por México y Centro América de principio del siglo XX. Con su narrativa
deliciosa y fluida (y por supuesto cantaletuda), ha reconstruido la vida de
José Asunción Silva (Almas en Pena, Chapolas Negras), Barba Jacob (El
Mensajero) y de José Rufino Cuervo (El Cuervo Blanco), tres libros geniales con
los que volvió a darle vida a estos colombianos de los que todos nos debemos
sentir orgullosos. Estos libros y este Vallejo es el que todos debemos conocer.
El de las declaraciones polémicas y escandalosas deja en un segundo plano al
Vallejo sensible y apasionado.
Por ese Vallejo
me he tomado el trabajo de escribir este blog sobre la vida nómada,
desorganizada y fascinante de Porfirio Barba Jacob: poeta, sensible, marihuano,
homosexual, egocéntrico, borracho, amiguero, y conversador. A veces trabajaba como
periodista, pero en verdad se ganaba la vida pidiendo préstamos a sus amigos y
conocidos que nunca les llegaba a pagar. Sablear era su profesión más rentable,
siempre presentaba ambiciosos proyectos literarios, asegurando grandes
retornos, pero antes les solicitaba un capital el cual se mal gastaba (casi
siempre en juerga), y del proyecto sólo quedaba la intención. En una ocasión un
amigo lo interrumpió, mientras el poeta le exponía el proyecto, preguntándole cuánto
necesitaba, con el fin de adelantarse a lo que ya veía venir. Barba Jacob indignado
le dio la espalda y se fue, lo castigó quitándole la palabra por varios años. Sablear
era el medio para financiar su pasión: la poesía. Su talento para combinar
palabras en versos lo convirtieron en uno de los grandes poetas de Colombia, y
en un referente de la lengua castellana.
No hay que ser
genio para darse cuenta que Barba Jacob es el alter ego de Fernando Vallejo: paisas,
amantes de las letras, homosexuales, ambos salieron de Colombia para no
regresar adoptando a México como su hogar. En busca de todos los detalles que
pudiere tener sobre su alter ego, Vallejo pasó innumerables horas en
hemerotecas, buscando las reseñas de sus recitales y conferencias o en los
diversos periódicos donde escribió sus artículos usando diversos seudónimos. Fuera
de las hemerotecas su gran aspiración era entrevistar a las personas que
conocieron a Barba Jacob en vida, en lo que Vallejo llamó una carrera contra la
muerte, pues en ocasiones cuando encontraba la dirección de un conocido de
Barba Jacob, al llegar a su residencia el sujeto había muerto hace pocas
semanas, y entonces debía conformarme con alguna carta que este conocido haya
podido intercambiar con el poeta.
Muestra de como Barba Jacob es el alter ego de Vallejo, es como el principio del libro empieza con una anécdota que seguro Vallejo habría dado su vida por estar presente. En la Habana el poeta de Santa Rosas de Osos conoce a Federico García Lorca, y después de intercambiar unas palabras en el muelle le propone que lo espere pues va a ir a buscar un marinero para el deleite del poeta surrealista, a su regresó con el objeto de su búsqueda la víctima de Franco ya no estaba, tal vez asustado por la determinación de Barba Jacob, quien no tuvo más remedio que irse a la cama con el marinero, concluyendo de forma desvergonzada: “nadie sabe para quién trabaja”.
Barba Jacob es
el nombre por el que todos conocemos sus poemas y el nombre con que murió, pero
no fue bautizado de esa manera, su nombre real es Miguel Angel Osorio, nombre
con que fue bautizado y con el que salió de manera definitiva de Antioquia,
luego mutó a Ricardo Arenales para volver brevemente a Colombia veinte años
después con el nombre de Barba Jacob. Él tenía esa extravagancia de cambiarse el
nombre, Vallejo especula por qué lo hacía: “Barba Jacob había intuido la
falacia del lenguaje que es designar en igual forma al niño, al joven, al
hombre y al anciano y que en el correr de la vida el nombre sólo da una
ilusoria continuidad”.
Pero sin
importar con que nombre se presentara hubo una constante en la vida de Barba
Jacob y fue su costumbre de consumir alcohol y de fumar marihuana, estamos
hablando de los 10s, 20s, 30s y 40s, antes de los 60s donde el consumo de
marihuana se volvió masivo, y el movimiento hippie lo utilizó como símbolo de
protesta en contra de la autoridad. Barba Jacob fumaba y vivía por placer, él nunca tuvo que desafiar la autoridad pues nunca la conoció. Supo vivir con
la dignidad de nunca acatar una orden, de hacer lo que se le viniera en gana.
Vivió como lo grandes: sin miedo y sin lamerle el culo a nadie.
En esa actitud de
rebeldía Barba Jacob hizo innumerables trabajos en distintas ciudades, todos
relacionados con el periodismo, muchas veces siendo director de distintos
periódicos a lo largo de México, y en otros países como El Salvador, Guatemala,
Nicaragua y Honduras. En varias ocasiones como primera medida, mandaba a
cambiar el número de la edición agregándole 1000 más, así le daba al periódico una
falsa sensación de mayor tradición. Pero su rebeldía nunca le permitió pasar
mucho tiempo en ningún periódico, pues sus escritos mordaces siempre tenían como
víctima al presidente o gobernador de turno, por lo cual siempre terminaba en
el destierro (Un ejemplo se dio cuando trabajó en el Imparcial de Guatemala, al
propietario del periódico lo trataba de ignorante y mercachifle, y hasta botó
en la basura un artículo que éste había escrito en contra de un adversario,
Barba Jacob le dijo “Sus querellas personales no le interesan a nadie. Si
quiere que yo haga de El Imparcial un periódico de primera me va a dejar entera
libertad para elegir lo que se publique”).
En una ocasión,
tratando de poner fin al patrón de periodista desterrado, se fue a Morelia a
poner un restaurante con otros tres amigos, luego de por supuesto pedir el
dinero prestado. En los primeros cuatro días todo comenzó muy bien, alquilaron
una casa y ya tenían el inmobiliario. Uno de sus socios le propuso que fueran a
celebrar los avances, el dueño del bar reconoció a Barba Jacob y sintiéndose
halagado por su presencia sacó una botella de su mejor cognac, luego de
tomársela el socio del poeta le dijo que habría que devolver la invitación así
fuera con la plata del restaurante. De botella en botella, y luego de varios
días de juerga despilfarraron el dinero, y el restaurante se convirtió en un
nuevo proyecto inconcluso de Barba Jacob. Un amigo del poeta relató lo vivido
con elegante ironía “Así como el Señor en la creación descansó al séptimo día,
nosotros en la del restaurante descansamos al cuarto”.
Por esa vida
rebelde y desorganizada Barba Jacob vivió en la miseria sus últimos años. El
poeta que padecía una enfermedad en los pulmones, en su ocaso dijo que cambiaría
toda su producción artística por una cama decente. Sus amigos intentaron mover
al Estado Colombiano para que le brindara asistencia al reconocido poeta, pero la
respuesta fue tardía, a pesar que el Congreso de la República aprobó el 6 de
octubre de 1941 cinco mil pesos para la repatriación y asistencia médica del
poeta, el Ministerio de Educación adujo que no tenía plata (pero estaba viendo
como lo conseguían). Barba Jacob murió el 14 de enero de 1942 en la miseria añorando
la plata y la asistencia que quedaron en un papel, pues en este país una ley
vale lo mismo que un billete de dos mil.
El dinero no llego siquiera después de su muerte, pues lo debió heredar su
hijo adoptivo (Quien en un principio fue un amante efímero). En el país del
Sagrado Corazón somos buenos para escribir leyes y planes que nunca se
ejecutan. En eso el Estado Colombiano y Porfirio Barba Jacob se parecen: en ambos
abundan los proyectos inconclusos.
Barba Jacob conocido
por los poemas de “La Canción de la Vida Profunda”, “Acuarimántima”, “Balada de
la loca Alegría”, “Lamentación de Octubre”, entre otros, en sus momentos de
vitalidad recitaba estos poemas borracho o enmarihuanado (o ambas), con su voz
profunda y sus movimientos de mano (Luego se bebía la plata que le pagaban por
el recital). Pero la enfermedad de a poco le fue quitando la voz y la vida.
Pasaron años para que Vallejo con su dedicación volviera a darle vida, para
que nosotros, los de nuestra generación que creemos que leyendo 140 caracteres
son suficientes para entender el mundo, podamos disfrutar de uno de los más
grandes poetas, y de su vida bohemia libre de ataduras de compromisos y de
propiedades. Cuando un escritor amargo y cantaletudo dedica todo su esfuerzo y palabras dulces para
reconstruir la vida de un poeta es un error no leerlo.
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