Sobre Ingrid Betancourt, su libro, su sufrimiento y sus lecciones

Ingrid puede ser señalada de impulsiva, terca, cansona, desagradecida y hasta pesada, pero nadie puede desconocer la calidad de su último libro. No Hay Silencio que no Termine tiene la capacidad de transportarnos y de hacernos vivir en las horas que lo leemos, lo que ella vivió en más de seis años de cautiverio. El libro muestra contrastes y complejidades: una Farc liderada por personas arbitrarias, crueles y torpes, comparada con algunos guerrilleros bondadosos. Un ambiente hostil entre secuestrados donde escaseaban los víveres y sobraban las envidias, en contraste con gestos de hermandad entre algunos de ellos. Por último, el libro deja una lección de vida que siempre es bueno recordar.

Pero como todo libro escrito por político, éste también viene con su propaganda. En la parte en que explica porque fue a San Vicente de Caguán –trayecto en que la secuestraron-, Ingrid enfatiza que no quería ir, que su padre estaba enfermo, que fue una decisión de su partido político, etc. Después, señala que Pastrana no la quiso llevar en su avión y luego que éste le negó protección. Aun cuando esto pueda ser cierto, la última palabra de ir la tenía ella. Nadie la obligó, es más, hasta le advirtieron que no fuera y decidió ir. Por lo tanto, ella es la única responsable de sus actos. Ingrid la embarró y esta equivocación no la reconoce en su libro.

Sin embargo, meterse en la boca del lobo no justifica el sufrimiento que tuvo que vivir. Fue encadenada a un árbol desde su cuello -limitándole su capacidad de respirar-. Fue sometida al silencio y al aislamiento –en un momento de su secuestro se prohibió que se le hablara-. Fue víctima de olores fétidos al ubicar su cambuche al lado de las letrinas. Fue humillada cuando promovieron a un guerrillero que le acosó sexualmente. Fue maltratada cuando su cuerpo delgado e indefenso fue golpeado con culetazos. Fue secuestrada por seis años y cinco meses, impidiéndole darle el último adiós a su padre, y el ver crecer a sus hijos.

Después de leer el libro no es difícil concluir que las Farc son una organización inhumana, pero hasta en esta organización existen rasgos de humanidad: guerrilleros que bailan y se enamoran, un guerrillero que reza por el bienestar de Ingrid -advirtiéndole que reza a pesar que a los comunistas se les prohíbe rezar-, guerrilleras que con paciencia le enseñan a tejar, guerrillera que obliga a otro guerrillero a disculparse por haber ofendido a Ingrid.
Estos son algunos gestos de bondad, que puede ser mínimos comparado a la crueldad de las Farc y las condiciones del cautiverio: caminatas eternas, lluvias permanentes, insectos insoportables, animales salvajes, enfermedades de selva (léase leishmaniosis) y escases de alimentos. Estas condiciones empeoraban con las tensiones entre secuestrados: peleas, envidias y traiciones.

Muy parecido a un infierno fue su vida en cautiverio de no ser por lo que ella llama su familia en la selva. De no ser por su amistad con Luis Eladio Pérez quien la apoyaba cuando se sentía derrumbada. De no ser por el teniente Bermeo quien se enfrentaba a los guerrilleros y les exigía un mejor tratamiento para ella. De no ser por el enfermero del ejército William Pérez que se negaba en seguir prestando ayuda médica a los guerrilleros hasta que se consiguiera la medicina que Ingrid necesitaba. De no ser por el norteamericano Mark con el que intercambiaba cartas de amor.

A estos gestos de amistad y amor entre secuestrados se le sumaba la voz de su madre. Esa voz que le daba apoyo y fuerza, esa voz que siempre sintió al lado, esa voz que siempre la acompañó, esa voz que representa ese amor de madre que no deja desfallecer. Esa voz que le deja a Ingrid una lección de vida, que aunque suene a lugar común, siempre es bueno repetirla para que nunca se olvide: “Lo más importante en la vida es la familia”.